Eres perfecta, ahora y siempre

Ayer tuve una conversación con mi madre. Una que hace un tiempo que llevo queriendo tener con ella; desde que surgió esa horrible frase de «a esta niña le gusta mucho comer; habrá que vigilarla». 

Desde el primer momento me incomodó muchísimo. Mi madre es una buena madre, pero en la adolescencia sembró en mi la duda de que yo no debía de ser perfecta tal y como era. Cuando me hacía una pizza no paraba de decir si realmente me convenía comérmela. Después de comerme una chocolatina, corría al baño a pesarme en la báscula. Sembró en mi, a muy temprana edad, la duda de mi perfección. Proyectó en mi sus propias inseguridades y rechazos.

Así que cuando ayer volvió a caer la dichosa frasecita le dije que no quería que la volviera a decir delante de mi niña, porque en mi causó mucho dolor y mucha inseguridad. Evidentemente se puso a la defensiva y al final tuve que zanjar la conversación con un «lo decido yo así, así que por favor respeta mi decisión». Y fin de la discusión.

El problema, como ella lo llama, no son los niños que puedan rechazarla el día de mañana, si mi Sofía está regordeta. El problema lo siembran personas como mi madre, que sueltan frases como esas a los niños y les enseñan desde pequeños que estar gordo es algo malo, algo de lo que hay que avergonzarse. Entonces no es de extrañar que luego los niños repitan eso como una verdad absoluta y construyan su realidad a partir de las convicciones de los adultos que los rodean. Les quitan la libertad de decidir si les parece bien o no tener más o menos michelines.

En vez de temer el «qué dirán de Sofía» el día de mañana, ¿por qué no concentrarnos en enseñarle a quererse como es, a respetar su cuerpo, a cuidarlo y a mimarlo, y a forjar un carácter fuerte y seguro de sí mismo?

TODAS SOMOS PERFECTAS, TAL Y COMO SOMOS. AHORA Y SIEMPRE.

¡NO LO DUDÉIS JAMÁS!